Manolo Alejandre
LAS ACEITUNAS
Era yo un niño travieso, más bien inquieto y de despreocupado entendimiento. En la familia éramos siete entre hermanos y hermanas, que con mis padres y mi abuelo sumábamos diez, pueden imaginarse el guirigay que se formaba a la hora de cualquier evento o reparto de quehaceres.
TendrÃa la edad de nueve años y corrÃa el mes de Octubre de 1967. En el reparto de quehaceres me habÃa tocado machacar (partir) las aceitunas. Para quién no conozca de que va la vaina, todas o casi todas las familias adquirÃan de un modo u otro, el que no tenÃa olivar el vecino se las regalaba o durante el paseo vespertino te las regalabas, aceitunas del verdeo para aliñarlas y comerlas de temporada. Habitualmente, las primeras aceitunas se aliñaban partidas. El proceso habitual consistÃa en golpearlas con un mazo de madera sobre un tronco de encina, que con el paso del tiempo empleado en la misma faena, ya tenÃa la forma caracterÃstica y adecuada para este menester. O sea, el tronco de encina por la parte superior se quedaba ahuecado en forma de cono invertido, de forma que al dejar caer la aceituna en cualquier parte de la superficie, esta buscaba la parte más baja y ¡zas!, mazazo que te crió. Digo pues, que me tocó esta faena, pero, ¡que fatalidad!, habÃa quedado con los amigos para ir a hacer el vándalo que era nuestra ocupación principal cuando terminábamos el colegio, y a veces, sin haberlo empezado.
-¡Mamaaa!, ¡ahora no!, luego, que tengo que ir con los amigos al campo, que he quedado con ellos para jugar.
-Termina tu tarea, son solo dos kilos y cuando lo hagas te vas donde te apetezca.
¡Mama, por favor!
-Cuando termiiiiines
-¡Siempre igual!, no tengo ni un momento para jugar.
Allá que va lolin a machacar las aceitunas, pero con esa rabia interna, con esa rebeldÃa y con ese afán de venganza, que se apoderaba de mÃ, cada vez que se me torcian los planes.
Aceituna al madero ¡pum!, otra, ¡pum!, otra, ¡pum!. Y sangre en los labios de la rabia contenida. La imagen reverberante de la aceituna enturbiada por las lágrimas, rodando hasta el hueco central como si lo hiciera a cámara lenta y a propósito. Todos estaban en contra de mÃ, hasta la aceituna. ¡Será desgraciada! Estúpida aceituna ¡corre! El mismo efecto turbio de mi mente maquinando la venganza.
Ya está la faena terminada, miro hacia el interior de la casa, ¡nadie!. Ahora me pagareis toda vuestra torpeza, incluidas vosotras aceitunas desgraciadas, hijas de mal olivo. La tinaja quedaba alta para mi objetivo, necesito un taburete, una escalera, una silla, ¡eso, una silla! Coloco la silla ante la tinaja, os ha llegado el momento de la venganza, ¡allá que va!, con mano firme deslizo la corredera de la bragueta, extraigo la pilila y piiiiiiiissssssssssss que te crió, allá va eso. Estando en este menester que tan grato placer me proporcionaba, sin que yo detectara el más mÃnimo movimiento, sentà la picadura de aquel animal severo en mi trasero. Tratábase ni más ni menos, que de doña alpargata. Un calibre 37 que harÃa las delicias de más de uno si pudiese esgrimirla en sus manos con la habilidad con que la esgrimÃa mi queridÃsima madre.
¡Mamá!, ¡cuánto te quiero!
Hoy, pudiera ser que alguien te viese y te acusase de maltratadora. ¡Qué ignorancia!.
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